Cuando te cuentan o simplemente se piensa en una gran
historia de amor, casi siempre pensamos en trepidantes aventuras, grandes
gestos o tremendas renuncias, deseos y pasiones, tal como nos lo cuentan en
novelas y películas.
Por suerte toda mi vida y especialmente ahora estoy siendo
testigo de, para mí, la mayor historia de amor.
Qué mayor y más trepidante aventura que levantarte cada día,
con los medios justitos, como suelen decir por aquí, este pan para este queso y
este queso para este pan y lograr sacar adelante a tres criaturas,
inculcándoles además que han de ser buenas personas para ser felices en esta
vida (bueno, el primero salió algo “saborío” pero, en toda casa debe de haber
una oveja negra, digo yo).
Grandes gestos, qué mayor gesto que entregar tu vida por
amor a una persona y posteriormente a las tres que fueron llegando y no una
entrega peliculera, que te matan y ya está, que al final ni sientes ni padeces,
no, esto es una entrega sin límites, de día a día, con frío, con sueño, con
dolor de huesos, pero siempre con paciencia, un gesto cariñoso o una sonrisa.
Renuncia, quién va a saber más de renuncias que esa
generación que le tocó vivir una posguerra, Que además les enseñaron a servir a
los padres y que al final están sirviendo a los hijos y en algunos casos hasta
a los nietos, siempre con cariño y la mejor de las sonrisas.
Que por renunciar, renuncian a lo que haga falta, por aquel
que comparte camarote en este crucero, por las procelosas aguas de la vida.
En cuanto deseo y pasión, deben de andar sobrados, pues les
han servido para superar juntos cuantos momentos difíciles les han
acaecido y aún les están sucediendo, ese pegamento es más potente que el
“loctite” y por supuesto, mucho más dulce.
No es una película, ni nada por el estilo, es un ejemplo de
Amor, de una Gran Historia de Amor entre mi Gordi y mi adorable Gruñón.
Mira a sus ojos
hace propios sus latidos,
siente su dolor.
RMA.