Hubo un tiempo que habitó
y quisiera pensar que existe,
agazapado en cualquier parte
un niño, que su mayor afición
era sacar a volar sus sueños
rodeados por mil vencejos.
Hubo tardes que competían
en requiebros y piruetas
y los murciélagos entre ellos,
mientras el azul se hacía rojo
para que más tarde el negro
se apoderase del firmamento.
Surgía entonces la magia,
como por encantamiento
comenzaban a florecer miles,
millones de titilantes estrellas,
henchido su pecho en la certeza
de lo alto que volaban sus sueños
pues ya no eran los vencejos,
ni tan siquiera los murciélagos
los que acompañaban su vuelo.
No son estrellas las estrellas
que van tachonando el cielo,
son los ojitos de los ángeles
que ensimismados contemplan
las miserias de lo terreno,
tan solo cuando perciben
el revoloteo de algún sueño,
entonces, te giñan un ojo
en señal de agradecimiento.
Hubo un tiempo en que habitó
un ser repleto de sueños,
que con el tiempo, como el pelo,
por el camino fue perdiendo.
RMA
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