Sesenta años
la vida acariciando,
uno junto a otro.
RMA
Más que ninguna
brilla tu luz en mi vida,
faro que pulsa
al son de tus latidos,
roncas rompen las olas.
RMA
Nunca he sido un lince en eso de la observación, pero llevo un tiempo que me viene a la cabeza algo que siempre observé y nunca presté la suficiente atención en cuanto al comportamiento animal.
No sé si alguna vez he contado que me crié un poco "asalvajao" allende las montañas, hacía rabiar a terneritos, exploraba atalayas con mi fiel escudero Jackie o navegaba en barquitos de hoja de caña por las turbulentas aguas de unas acequias, cuyo origen se remonta a tiempos de cuando los moros hoyllaban estás tierras.
Entre bichos y bichos siempre había alguna gallina llueca, era fantástico, ver con que sumo cuidado se posaba en el nido y la alegría cuando tras veintiún días los pollitos comenzaban a salir del cascarón y cómo estos seguían a la gallina.
Está les daba un máster en vida “gallinil”, este gusano se come, está hierba no, ese grano está de muerte y si ves al gato ¡corre!, etc, etc.
Hasta aquí más o menos todo normal.
Lo que no entraba en mi mente infantil (creo que era ya terminando el máster), era que, la gallina llegado un determinado momento, picaba a sus polluelos para que se alejasen de ella, como diciéndoles que se fuesen, que el máster en vida “gallinil” había llegado a su fin y que ya estaban preparados, que ya sabian volar por sí solos.
¡Pero las gallinitas y los gallitos no pueden volar!.
Esa lombriz
que asoma en la tierra,
pica el pollo.
RMA
Se atraganta
se le forma un nudo enorme
que le atora la garganta.
Indigesto
cada sorbo de vida
que penetra por sus poros.
Baño
de una realidad oceánica
que ampliamente le supera.
Mar
donde los senderos no tienen cunetas.
Cielo
donde los caminos no tienen final.
Capote
para cada uno de los lances
que depara la vida.
Vida
donde los sueños tienen alas
y las pesadillas cadenas.
RMA
No quiero acostumbrarme
a echarte de menos.
Esos cálidos brazos
que a cada tropiezo
me levantaban con una sonrisa de aliento,
esa voz que contó mil historias
de tiempos de posguerra y hambre,
que me acunaron de niño,
que voló tras de mí desgañitada
por barrabasadas infantiles
acompañando su vuelo rasante,
a veces, unas zapatillas voladoras
ante la imposibilidad de correr
a nuestra infantil velocidad.
No quiero acostumbrarme
a dejar de sentir esa entrega infinita
de amor y perdón y que sólo,
con tal intensidad es capaz
de llevar a cabo una madre.
No quiero acostumbrarme
a llegar a casa y no encontrar
de últimas, tu ajado envoltorio,
ni a encontrar esos ojos al llegar,
rebosantes de alegría por tenernos cerca
Temblando de emoción contenida.
No voy a acostumbrarme
a echarte de menos,
pues aunque ya partiste
nunca estarás lejos,
con cada latido
que ya fue tuyo,
con cada mirada
herencia tuya,
con cada risa
de esas que te dejaban a oscuras,
con cada bromita
sobre lo que tú ya sabes
con las que nos doblábamos de risa.
Te fuiste, dejándome huérfano
pero solo un poquito,
te siento cerca,
tan cerca que vas conmigo
donde quiera que vaya
y así será
hasta mi último
y postrer suspiro.
RMA
El silencio de los vencidos,
ningunear su palabra,
mejor, si es posible, borrarla.
El canon del vencedor,
su mayor trofeo,
escribir la historia.
RMA