La carne, que pretende erguirse encaramada en un saco de huesos para aparentar dignidad.
El alma, etérea, de tan divina que es incapaz de bajar a ras de suelo y manchar su etéreo ser en el lodo diario y cuando alguna vez lo intentó, mejor no lo hubiera hecho.
La memoria, no somos nadie sin ella, somos ella, nada de pasado, presente hueco y un nulo futuro, no sabríamos quienes somos, qué nos gusta, qué odiamos, quién amamos y quién somos, sino sabemos a quien amar, con quién compartir y con quién recordar.
Los griegos, en la antigüedad, para remarcar la importancia de la memoria y el miedo a perderla, a no ser nadie, se inventaron un río en los Campos Elíseos que si lo atravesabas o bebías perdías la memoria, Lete, olvido es su nombre.
Con el tiempo llegó un señor, se olvidó del río y nos dejó su nombre Alois, Alzheimer de apellido.
La parte de la leyenda que más me gusta es que contaban que una vez se bebía sus aguas, en aquellas praderas y en ausencia de memoria todos eran felices, pues con ella también desaparecían los vicios, las miserias, el dolor y siempre era primorosa primavera.
Espero que esta parte no se le quedase atrás al amigo Alois.
Húmeda niebla
emborrona siluetas,
enturbia el alba.
RMA