El paso del tiempo curva
su vieja osamenta,
el peso de los años se dibuja
en ella, con dolorosa presencia.
El pelo se torna blanco,
la tersa piel, en arruga
y en el brillo de sus ojos,
la fuerza muta en ternura.
El calor de la sangre apenas
consigue mitigar el frío
que del cuerpo recaudan sus venas,
como sisa al invierno, en claro desafío.
¿Queda solamente contemplar el ocaso?
¿De como el Sol, de rojo se viste
y dibuja infinitos destellos dorados
en la plateada piel, que su compañera luce?
¡Ahí va!
Amanece la noche
y se pone el día.
RMA
Orgulloso está tu hijo de ti: "mi padre tiene un blog" me repetía en el jaleo de la clase...
ResponderEliminarTiempo sin leer poesía fresca, natural y sentida. Sigue adelante, nada como airear el sentimiento.
Felicidades, Ricardo.