Recuerdo que de niño, solía acompañar a mi padre a la
cooperativa del vino y quedaba maravillado ante lo gigantesca que me parecía la
maquinaria y los depósitos para el mosto, así como la fresca penumbra donde se cobijaban
las botas para la crianza del vino. Lo que más me marcó de aquellas visitas, pues
se quedó grabado en algún recóndito lugar de mi cerebro, fue el olor de la bodega
a vino y a madera, ese aroma que flotaba en el ambiente y se apropiaba de la pituitaria.
Con los años, cada vez que he tenido la oportunidad de visitar
una bodega, ese aroma ha tenido el poder de transportarme a una niñez en la que,
de la mano de un adorable gruñón iba de excursión a la cooperativa del vino.
Atrapa la uva
cálidos rayos de sol,
magia, envero.
RMA
No hay comentarios:
Publicar un comentario