Aun recuerdo cuando de pequeño acompañaba al campo a mi padre y en las mañanas de invierno, cuando helaba, sentía crujir la blanca hierba bajo mis botas mojadas al son de mis pisadas, a la par que en algunas ocasiones oía algunas de sus sentencias como “Pobre la vejeta que no haya pillado terrón" refiriéndose a la mínima protección que le hubiera brindado un terrón de tierra y que le pudiese haber librado de una, aún más intensa hipotermia. Entonces, al levantar la vista había veces que me encontraba con el esqueleto de algún árbol y
Cada recodo
cada punta de rama
contiene el llanto.
Y amanece, el día sigue su curso y cuando el sol abre su ojo y ahuyenta los últimos jirones de bruma, resurge la vida
Diluye la luz
las perladas lágrimas
de mi rocío.
Y entonces la vejeta se olvida de su terrón y yo sigo regocijándome cuarenta años más tarde.
RMA
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