El peregrino
transitando por la senda
que le lleva a su destino,
conforme avanza
siempre a poniente,
siente que quizás,
más bien retrocede,
se hunde en su interior
como el sol en el horizonte.
Siempre a poniente
sortea llanuras, montañas
y valles con la sensación
de ser como ese globo rojo
que cuelga de no se sabe dónde,
que igual que asciende
cada fría mañana
hasta alcanzar su cenit,
poco a poco desciende
hasta alcanzar la noche,
que conforme avanza
observa como a los lados
lo que antes fue
frondosa arboleda,
va dejando en la cuneta
camposanto de tocones
consumidos por las inclemencias.
RMA
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