No quiero acostumbrarme
a echarte de menos.
Esos cálidos brazos
que a cada tropiezo
me levantaban con una sonrisa de aliento,
esa voz que contó mil historias
de tiempos de posguerra y hambre,
que me acunaron de niño,
que voló tras de mí desgañitada
por barrabasadas infantiles
acompañando su vuelo rasante,
a veces, unas zapatillas voladoras
ante la imposibilidad de correr
a nuestra infantil velocidad.
No quiero acostumbrarme
a dejar de sentir esa entrega infinita
de amor y perdón y que sólo,
con tal intensidad es capaz
de llevar a cabo una madre.
No quiero acostumbrarme
a llegar a casa y no encontrar
de últimas, tu ajado envoltorio,
ni a encontrar esos ojos al llegar,
rebosantes de alegría por tenernos cerca
Temblando de emoción contenida.
No voy a acostumbrarme
a echarte de menos,
pues aunque ya partiste
nunca estarás lejos,
con cada latido
que ya fue tuyo,
con cada mirada
herencia tuya,
con cada risa
de esas que te dejaban a oscuras,
con cada bromita
sobre lo que tú ya sabes
con las que nos doblábamos de risa.
Te fuiste, dejándome huérfano
pero solo un poquito,
te siento cerca,
tan cerca que vas conmigo
donde quiera que vaya
y así será
hasta mi último
y postrer suspiro.
RMA
No hay comentarios:
Publicar un comentario